¿PARA QUÉ SIRVEN LAS EMOCIONES?

Evolutivamente hablando, las emociones se han «codificado» en nuestro «chip» como respuestas automáticas a acontecimientos externos importantes que ponían en peligro nuestra supervivencia. Dichas respuestas, han demostrado ser efectivas a la hora de lidiar con el suceso que las despierta.

Las emociones nos permiten dar una respuesta rápida a situaciones difíciles ante las que nuestra mente racional colapsa y requiere de tiempo para contrapesar las posibles respuestas y decidir cuál es la mejor. En los momentos importantes, nuestras emociones opacan a nuestra razón. Para comprobarlo, recordemos cuales son algunas de las respuestas fisiológicas que producen en nosotros las emociones más importantes:

 

– El enfado: aumenta el flujo sanguíneo a las manos, facilitando nuestra capacidad de golpear, y libera hormonas como la dopamina que nos impulsa a actuar.


– El miedo: seguro que has escuchado la expresión quedarse blanco del miedo, el motivo está en que al vivir esta emoción, nuestro cerebro envía la sangre de nuestro rostro a las piernas para estar preparados para huir. También, en otras situaciones de miedo nos quedamos paralizados, nuestro cerebro está barajando la opción de si quedarnos quietos ante el peligro es una mejor opción. Ocultarse o hacerse el muerto también fue una respuesta que a nuestros antepasados les ayudó a sobrevivir en situaciones extremas.


– La felicidad: aumenta la actividad neuronal en la parte de nuestro cerebro encargada de inhibir los sentimientos negativos y la preocupación. Nos da mucha energía para desarrollar la actividad que tengamos entre manos y nos permite recuperarnos de una situación de elevadas emociones y estrés. Sentimos una gran alegría cuando ganamos un partido importante o cuando terminamos un trabajo que nos ha generado mucho estrés, nuestros antepasados sentían una gran alegría cuando desaparecía una amenaza.


– La tristeza: nos ayuda a sumir una pérdida. Disminuye la energía y el entusiasmo, se ralentiza el metabolismo corporal. Todo esto nos lleva a quedarnos recluidos en un ambiente seguro en el que recurrir a la introspección para asumir nuestra pérdida y establecer un plan de acción para cuando recuperemos nuestra energía, un renacer. Probablemente nuestros antepasados se quedaban recluidos en una cueva para asumir una pérdida mientras en el exterior la amenaza desaparecía.


– El amor: los sentimientos de ternura y satisfacción sexual favorecen la convivencia y la calma.


– La sorpresa: cuando sucede algo que nos sorprende se arquean nuestras cejas, lo que permite que entre más luz a nuestra retina obteniendo más información del exterior.


– El asco: al sentir asco arrugamos nuestra cara, ocultándose nuestros ojos y fosas nasales, lo que puede impedir que nos expongamos a partículas tóxicas y que expulsemos alimentos desagradables de nuestra boca.

 

Como vemos, cada emoción nos predispone de un modo diferente a la acción. Son tendencias innatas y automáticas que han demostrado ser efectivas durante miles de años.

El problema está en que en el momento presente, la mayoría de situaciones que despiertan en nosotros una respuesta emocional tan grande no son tan importantes como nuestra mente emocional se piensa. Estos escenarios no requieren una respuesta automática tan rápida, sino una razonada y desarrollada, y nos vemos envueltos en emociones muy fuertes ante situaciones que no las merecen. 

Por ejemplo, es beneficioso que un antepasado nuestro ante la amenaza de un depredador sintiese miedo y todo su cuerpo se preparase para un estado de lucha o huida, liberando dopamina, desplazando su sangre a piernas y manos y generando estrés. Pero no lo es que cuando llegamos a nuestro trabajo y tenemos el correo lleno de nuevos mails importantes, suceda la misma respuesta. Además en el caso de nuestros antepasados, el tiempo de exposición ante la amenaza era corto, si todo iba bien y sobrevivía, pronto volvería a sentirse seguro y a liberar una emoción de alegría para recuperarse de ese estado. Mientras que en la actualidad,  ese buzón que nos está provocando la misma respuesta puede alargarse durante todo el día, semana o meses.

¿Cómo es posible que la respuesta emocional se produzca más rápidamente que la racional?

Tenemos que comenzar comprendiendo que tenemos dos mentes. Lo que realmente conocemos como nuestra mente racional se correspondería con el prefrontal de nuestro cerebro. Mientras que la mente emocional se correspondería con el sistema límbico.

Todos tenemos una mente que piensa y otra mente que siente. Ambas se encuentran en constante interacción la mayor parte del tiempo. Si bien es cierto que, ante situaciones extremas, la mente emocional desborda a la racional. Esto es debido a dos puntos. El primero como ya hemos visto es la eficacia que ha demostrado tener dicha respuesta evolutivamente hablando.

El segundo está en el orden bajo el que procesamos la información. La primera parte de nuestro cerebro encargada de recibir la información recaudada por sentidos como la vista o el oído, es el tálamo. Desde ahí, esta información se transporta a través de una compleja red neuronal hacia el neocórtex, dónde racionalizamos la información y determinamos cuál es la respuesta más adecuada. Además, la información de carácter emocional que la acompaña se transporta a la amígdala, la parte de nuestro sistema relacionada con la memoria emocional y las pasiones. 

Observando como se desarrolla esta comunicación nos preguntaremos, ¿cómo es posible que la respuesta emocional se produzca primero si la información pasa antes por nuestra mente racional?

Daniel Goleman nos explica en su libro Inteligencia emocional que se ha descubierto que existe una especie de atajo neuronal que une el tálamo con la amígdala. Enviándose a través de este una pequeña parte de la información antes de que todo este proceso del que hemos hablado se produzca. Originándose una respuesta emocional antes de que la información haya podido ser analizada críticamente por nuestros centros corticales. Esto origina los secuestros emocionales.

Cuando has leído la palabra probablemente te hayas preguntado, ¿qué son los secuestros emocionales?

Quizás el término te choca, pero estoy seguro de que si te pones a recordar tú mismo te habrás visto envuelto en uno de estos hace no mucho. Recuerda la última vez que ante un suceso que te ha removido emocionalmente has tenido una respuesta impulsiva de la que posteriormente te has arrepentido y te has dado cuenta de que fue desproporcionada. Es más, en muchos casos ni siquiera recuerdas con exactitud lo que has hecho o dicho durante tu arrebato. Tu mente emocional ha opacado por completo a tu mente racional, has sufrido un secuestro emocional.

Cuando caemos en uno de estos secuestros, nuestra mente emocional toma las riendas ante una situación que se considera iprorrogable. Toma todos los recursos neuronales disponibles para dar una respuesta rápida y efectiva ante una situación extrema que no puede esperar a que nuestra mente racional determine cuál es la respuesta más adecuada y proporcionada. 

Esto explica como cuando termina nuestro secuestro emocional no somos capaces de explicar detalladamente lo sucedido y no comprendemos cómo hemos actuado de esa forma. 

Comprender la relación existente entre la amígdala y el neocórtex se hace fundamental para comprender la importancia que toman nuestras emociones en nuestra vida, capacidad de pensar con claridad y toma de decisiones. Este es el origen de lo que conocemos popularmente como la lucha entre el corazón y el cerebro, entre nuestros sentimientos y nuestros pensamientos. 

Debemos de ser conscientes de algo muy importante, nuestras valoraciones internas ante situaciones presentes y pasadas no han sido fruto exclusivamente de haber razonado de manera adecuada y acorde a nuestros valores la situación. Muchas de las decisiones que hemos tomado y que nos han llevado a ser quien somos hoy, han sido fruto de nuestro cerebro ancestral. De una respuesta automática genéticamente adquirida y fundamentada en su eficacia evolutiva. Respondemos a las necesidades del mundo moderno con unas emociones desarrolladas durante el pleistoceno. 

Varias investigaciones han demostrado que durante los primeros milisegundos que nos exponemos a una percepción, inconscientemente sabemos qué se trata y de si nos gusta o no. Nuestra mente emocional ya ha hecho un juicio antes de que hayamos reflexionado si es algo bueno o no.

Este último punto no es una justificación de nuestros actos, cualquiera hayan sido ni una llamada a la irresponsabilidad. Sino una defensa de la compresión y el perdón.  Es nuestra responsabilidad como individuos desarrollados, el trabajar nuestra inteligencia emocional para identificar nuestras emociones cuando llegan a nosotros, saber controlarlas, experimentarlas, identificar lo que nos están queriendo decir y transmutarlas hacia un estado más positivo para nosotros. En el próximo post explicaremos qué es la inteligencia emocional y cómo desarrollarla.